domingo, 27 de julio de 2014

Una historia singular



Cuando reorienté este blog como escaparate de artículos relacionados con la docencia y la difusión de la lengua española no pensé que me detendría a escribir una historia como la que estoy por contar, pero la singularidad de la misma hace que valga la pena. En primer lugar quiero mostrar mis agradecimientos al profesor Paolo Ammaturo por ponerme en contacto con el señor Mercogliano, profesor de italiano e historia, pintor y poeta. O lo que es lo mismo, un humanista. Este napolitano de 86 años asegura haber estudiado español un año en la universidad, y como se estudia latín en los institutos de hoy, traduciendo y analizando textos literarios, en su caso, el poema del Mio Cid. Ahì quedò la cosa hasta que una mañana, sesenta años después, despertó componiendo versos en "sueño". Confiesa no creer en misterios sobrenaturales pero él mismo relata su proceso de creación como una experiencia mística que va originàndose en lo más profundo de su subconsciente y que luego, cual artesano, forja papel y lápiz en mano, configurando su más que digna contribución con las letras hispanas. A pesar de su escepticismo insinùa repetidamente ser fruto de una extrana posesiòn.Tal vez no sea más que una simple exageración, arma de poeta, que embellece su historia. Lo cierto y verdad es que con 76 años (2004) publica su Effetto Sebeto compilación poética que desprende una sensibilidad fuera de lo común, extraordinario conocimiento de la cultura clásica y temática de poeta romántico.

“…forse questa sará
l´estrema luce
del mio canto ostinato
sulle prode
di un fiume immaginato
e ormai scomparso”
A  sus ochenta y pico primaveras mantiene el humor, las ganas y la apariencia de un hombre más joven y conserva la suficiente memoria como para recitar poemas de Lorca o Machado. Asegura dejar un legado de más de mil poemas y conserva intacta la ilusión de ver almenos una parte publicada.
Desde aquí mis agradecimientos por difundir nuestra lengua más allá de sus fronteras naturales.

Qué gran silencio envolvía
la ciudad de Hiroshima.

Palomas mudas
y árboles sedientos
en un alba de sueño y de coral,
con el aliento del mar,
en los techados,
en las verdes colinas
que olían a sandía, 
a levadura, a confites.

Al improviso
un riudo de abejorro
más y más fuerte
y, de repente, un relámpago.

Un hongo negro, polvoriento, ardiente
cargado de huesos y ladrillos
se levantó con miles, miles de espiras
que huían en el espacio
sediento de lágrimas, gritos y plegarias.

Ardían las heridas,
los vidrios,
los ojos,
la piel,
las salamandras, las golondrinas
y todas las criaturas
en un horno de llama,
en un abismo
de ausencia estupefacta.

Un estremecimiento
turbó las colinas
por largas horas,
antes que el silencio
invadiese la tierra.

Arcángeles impotentes,
en la tiniebla,
miraban callando
las ruinas.

                 Raffaele Mercogliano

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