viernes, 6 de diciembre de 2019

Juan Valera


Juan Valera fue el escritor de mayor edad de los realistas españoles, probablemente también el más culto y cosmopolita, debido a su condición de diplomático en importantes capitales. Su postura profundamente liberal lo mantuvo al margen de los conflictos ideológicos de la narrativa de su tiempo.

Estilo y obra

En sus obras ofrece una imagen ideal y coherente del ser humano, por ello se aprecia una tendencia a omitir los aspectos más desagradables de la sociedad.  Por lo que respecta al estilo, Valera se decanta por un lenguaje elegante y equilibrado aunque no exento de ironía, en el que a menudo se advierte una actitud escéptica y distanciada  respecto a sus personajes.

Sus obras más importantes son:
Juanita la larga, en la que el autor plantea una relación amorosa entre una joven y un caballero de mayor edad. Esa acertada aproximación a la psicología femenina está presente ya en Doña Luz, donde se cuenta la historia de una dama que despierta el interés de un virtuoso sacerdote.

Pero, sin duda, su obra más conocida es Pepita Jiménez, en la que narra con extraordinaria elegancia y sensibilidad el enamoramiento del joven seminarista Luis de Vargas de la prometida de su padre, la atractiva viuda que da título a la novela. La historia se resuelve con el triunfo del amor entre los jóvenes y la aceptación del padre. La originalidad de la obra radica en el tono epistolar, el cruce de puntos de vista y su estructura, en su conjunto muy cuidada. El autor nos presenta la obra como si se tratase de un manuscrito encontrado accidentalmente, subrayando el hecho de que ha cambiado los nombres de algunos de los protagonistas, aún vivos, un recurso ya conocido que contribuye a aportar verosimilitud a la obra. Los diferentes puntos de vista hacen de éste un relato rico y variado, que aparece dividido en tres partes bien diferenciadas: Cartas de mi sobrino, Paralipómenos y Cartas de mi hermano.


Pepita Jiménez

Fragmento Parte I, Cartas de mi sobrino, 22 de marzo.             



[…] Hasta la edad de diez y seis años vivió Pepita con su madre en la mayor estrechez, casi en la miseria.

Tenía un tío llamado D. Gumersindo […] No se sabe cómo vivió; pero el caso es que vivió hasta la edad de ochenta años, ahorrando sus rentas íntegras y haciendo crecer su capital por medio de préstamos muy sobre seguro.
[…] D. Gumersindo, muy aseado y cuidadoso de su persona, era un viejo que no inspiraba repugnancia. Las prendas de su sencillo vestuario estaban algo raídas, pero sin una mancha y saltando de limpias, aunque de tiempo inmemorial se le conocía la misma capa, el mismo chaquetón y los mismos pantalones y chaleco. A veces se interrogaban en balde las gentes unas a otras a ver si alguien le había visto estrenar una prenda.
Con todos estos defectos, que aquí y en otras partes muchos consideran virtudes, aunque virtudes exageradas, D. Gumersindo tenía excelentes cualidades: era afable, servicial, compasivo, y se desvivía por complacer y ser útil a todo el mundo aunque le costase trabajo, desvelos y fatiga, con tal de que no le costase un real. Alegre y amigo de chanzas y de burlas, se hallaba en todas las reuniones y fiestas, cuando no eran a escote, y las regocijaba con la amenidad de su trato y con su discreta aunque poco ática conversación. Nunca había tenido inclinación alguna amorosa a una mujer determinada; pero inocentemente, sin malicia, gustaba de todas y era el viejo más amigo de requebrar a las muchachas y que más las hiciese reír que había en diez leguas a la redonda.
Ya he dicho que era tío de la Pepita. Cuando frisaba en los ochenta años, iba ella a cumplir los diez y seis. Él era poderoso; ella pobre y desvalida.
[…] En tan angustiosa situación, empezó D. Gumersindo a frecuentar la casa de Pepita y de su madre y a requebrar a Pepita con más ahínco y persistencia que solía requebrar a otras. Era, con todo, tan inverosímil y tan desatinado el suponer que un hombre, que había pasado ochenta años sin querer casarse,  pensase en tal locura cuando ya tenía un pie en el sepulcro, que ni la madre de Pepita, ni Pepita mucho menos, sospecharon jamás los en verdad atrevidos pensamientos de D. Gumersindo. Así es que un día ambas se quedaron atónitas y pasmadas cuando, después de varios requiebros, entre burlas y veras, D. Gumersindo soltó con la mayor formalidad y a boca de jarro la siguiente categórica pregunta:
-Muchacha, ¿quieres casarte conmigo?
Pepita, aunque la pregunta venía después de mucha broma, y pudiera tomarse por broma, y aunque inexperta de las cosas del mundo, por cierto instinto adivinatorio que hay en las mujeres y sobre todo en las mozas, por cándidas que sean, conoció que aquello iba por lo serio, se puso colorada como una guinda, y no contestó nada. La madre contestó por ella:
-Niña, no seas mal criada; contesta a tu tío lo que debes contestar: Tío, con mucho gusto; cuando Vd. quiera.
Este Tío, con mucho gusto; cuando Vd. quiera, entonces, y varias veces después, dicen que salió casi mecánicamente de entre los trémulos labios de Pepita, cediendo a las amonestaciones, a los discursos, a las quejas y hasta al mandato imperioso de su madre.
Veo que me extiendo demasiado en hablar a Vd. de esta Pepita Jiménez y de su historia; pero me interesa y supongo que debe interesarle, pues si es cierto lo que aquí aseguran, va a ser cuñada de Vd. y madrastra mía.
 

ACTIVIDADES 


1. Resume brevemente el contenido del texto.

2. ¿Quién es el narrador? ¿A quién va dirigida la carta?

3. ¿A qué defecto de don Gumersindo se alude en el texto?

4. ¿Qué propuesta le hace don Gumersindo a Pepita? ¿Cómo reacciona la joven?

5. Explica la expresión amigo de requebrar a las muchachas

6. ¿Por qué está interesada la madre de Pepita en que su hija se case con don Gumersindo?

7. ¿A qué se debe el interés de don Luis por Pepita?
 
 

 
 

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